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Voy a escribirte algo que me sale del alma. No esperes aquí un discurso diplomático, ni un artículo académico lleno de tecnicismos. No. Hoy necesito hablarte con la crudeza que este tema merece, con el dolor que me genera y con la indignación que se acumula cuando uno mira de frente al sistema de salud en Colombia y entiende que, en gran medida, se sostiene sobre la espalda de quienes menos reconocimiento reciben: las auxiliares de enfermería y las enfermeras.
Lo digo sin rodeos: sin nosotras, el sistema se derrumba. Y sin embargo, ahí estamos, invisibilizadas, maltratadas, precarizadas, tratadas como si fueramos reemplazables, como si nuestro trabajo no valiera, como si fueramos un recurso de bajo costo al que se puede exprimir sin piedad.
Quiero que leas esto como lo que es: un desahogo. Porque yo ya estoy cansada de escuchar siempre lo mismo: EPS quebradas, reformas mal planteadas, médicos sobrecargados, corrupción, déficit presupuestal… pero casi nunca alguien se detiene a hablar de nosotras. Casi nunca alguien dice en voz alta que somos el verdadero pilar del sistema, que sin nuestro trabajo invisible, un hospital, una clínica, un centro de salud, no podría funcionar ni un solo día.
Y eso, amigos, es una verdad que nos duele a todos.

Las que están siempre, pero que nadie ve
Si alguna vez has estado hospitalizado, o si has acompañado a un familiar enfermo, sabes perfectamente de quién hablo. Esa mujer porque en su mayoría somos mujeres que llega de madrugada a revisar el suero, que se acerca a preguntarte si necesitas algo, que te ayuda a levantarte de la cama, que limpia cuando vomitas, que sostiene tu mano cuando el dolor no te deja respirar. Esa que parece tener mil brazos porque atiende a todos al mismo tiempo.
Esa es la Auxiliar en Enfermería.
Esa es la Enfermera.
Y lo hacemos todo con un nivel de entrega que, si lo piensas bien, es sobrehumano. Porque no somos máquinas, somos personas. Personas que sienten, que se cansan, que tienen hijos esperando en casa, que cargamos con problemas personales como cualquiera. Pero a diferencia de muchos trabajos, en el de nosotras no hay espacio para bajar la guardia. Porque si lo hacemos, alguien puede morir.
Sin embargo, ¿qué recibimos a cambio? Contratos temporales, sueldos miserables, falta de respeto de pacientes, familiares y hasta de colegas dentro del mismo sistema. Se habla de médicos como “los héroes”, pero rara vez se habla de nosotras como lo que somos: el corazón que mantiene vivo el sistema de salud.

Un vistazo a la realidad en cifras
No quiero que pienses que exagero. Vamos con datos.
En Colombia, según el Observatorio Laboral de la Salud, existen alrededor de 280.000 auxiliares de enfermería en ejercicio, y más de 100.000 enfermeras profesionales. Juntas representan la mayor fuerza laboral dentro del sector salud. Y, sin embargo, la mayoría de auxiliares recibe salarios que oscilan entre 1 y 1.5 millones de pesos mensuales, muchas veces bajo contratos de prestación de servicios que no incluyen prestaciones sociales, estabilidad ni garantías básicas.
¿Te parece justo que alguien que trabaja noches enteras, fines de semana, feriados y que literalmente cuida vidas reciba menos del equivalente a lo que se paga por muchos trabajos administrativos en oficina de 8 a 5?
Peor aún: un estudio de la Asociación Nacional de Enfermeras de Colombia mostró que el 70% de estas trabajadoras sufre de agotamiento extremo, y un 40% ha pensado en abandonar la profesión por las condiciones indignas. Pero no lo hacen porque aman lo que hacen, porque sienten que nacieron para cuidar, porque saben que si ellas no están, los pacientes sufren.
Historias que duelen
Déjame contarte algunas escenas que se repiten a diario en los hospitales del país. No te hablo de anécdotas aisladas, sino de realidades que muchas auxiliares han compartido en voz baja, porque casi nunca tienen un espacio para hablar.
Martha, Auxiliar con 12 años de experiencia: “Trabajo en un hospital público. Entro a las 7 de la mañana y salgo a las 7 de la noche, aunque muchas veces salgo más tarde porque siempre falta personal. Tengo dos hijos pequeños, pero casi nunca puedo estar con ellos. Me pagan 1.2 millones al mes con contrato de OPS. No tengo derecho a vacaciones, no tengo primas, nada. Y si me quejo, me dicen que hay mil esperando el puesto. Amo mi trabajo, pero me duele que nos traten como si no valiéramos”.
Claudia, Enfermera profesional: “En la pandemia atendí a decenas de pacientes con COVID. Recuerdo a una señora que murió sola, y yo le sostuve la mano hasta el final. Salí llorando. A la semana siguiente, me hicieron un contrato de tres meses. Tres meses. Después de todo lo que dimos, así nos pagan. El aplauso se acabó y volvimos al olvido”.
Estas historias son solo un reflejo. Podría llenar páginas enteras con testimonios similares. Todas hablan de lo mismo: sacrificio sin reconocimiento.

El sacrificio silencioso
Hablemos del cuerpo. Porque cuidar a otros tiene un precio físico altísimo. Estar de pie durante 12 horas genera problemas circulatorios, várices, dolores crónicos de espalda y rodillas. El esfuerzo emocional es aún mayor: ver morir a alguien, consolar a una familia, cargar con el dolor humano todos los días, no es fácil de digerir.
Y, aun así, el sistema no ofrece casi ningún soporte psicológico para nosotras. En muchos casos, ni siquiera hay espacios de descanso adecuados dentro de los hospitales. He sabido de auxiliares que deben comer en las escaleras o en un rincón del pasillo porque no tienen una sala digna.
El trato injusto dentro del mismo sistema
Y aquí viene algo que molesta todavía más: la forma en que somos tratadas dentro de la jerarquía hospitalaria.
Muchas veces los médicos nos ven como “subalternas”, como si nuestro papel fuera menor, como si nuestra voz no contara. Cuando, en realidad, somos las que más conocen al paciente, las que están ahí minuto a minuto, las que notamos cambios pequeños que pueden salvar vidas.
Pero no, se nos silencia, se nos subestima. Y esa es una injusticia que hiere profundamente, porque no solo afecta nuestra dignidad, sino que también pone en riesgo la calidad misma de la atención.
La pandemia: el aplauso que se apagó
No podemos hablar de esto sin recordar la pandemia de COVID-19.
¿Recuerdas cuando todos salíamos a aplaudir desde las ventanas? Esos aplausos eran para nosotras también. Porque fuimos nosotras quienes estuvimos en primera línea, expuestas al virus, trabajando con equipos de protección insuficientes, durmiendo en hoteles lejos de nuestras familias para no contagiarlas.
Muchos se enfermaron, algunos murieron. Y cuando la emergencia bajó, ¿qué pasó? Nada. El sistema volvió a lo mismo: contratos precarios, sueldos bajos, indiferencia. El aplauso fue un ruido momentáneo. Pero la realidad, la de verdad, nunca cambió.
El pilar que sostiene todo
Voy a repetirlo hasta que quede claro: las Auxiliares y Enfermeras son el pilar del sistema de salud.
Somos nosotras quienes mantenemos funcionando los hospitales, quienes garantizamos que un paciente sea atendido, que reciba su medicamento a tiempo, que no se caiga de la cama, que tenga compañía en la noche.
Podemos tener la mejor tecnología, los mejores especialistas, pero sin nosotras, el sistema colapsa en menos de 24 horas. Esa es la verdad que nadie quiere decir porque es incómoda.

Lo que debería cambiar
Y aquí quiero detenerme a hablar de lo que realmente merecemos:
- Contratos dignos: nada de tercerización ni OPS eternos. Contratos laborales justos, con prestaciones, vacaciones, estabilidad.
- Salarios acordes a nuestra labor: no puede ser que quienes cuidan la vida reciban lo mismo o menos que muchos trabajos que no implican ni la mitad de responsabilidad.
- Respeto social y profesional: que se les reconozca como parte central del equipo, no como “apoyo”.
- Espacios de cuidado emocional: porque nadie puede cargar con tanto dolor humano sin apoyo psicológico.
- Participación en las decisiones: porque nadie conoce mejor la realidad del sistema que nosotras.
Un llamado desde el corazón
Escribo todo esto porque estoy cansada de que se siga hablando de reformas y cifras, pero nunca de las personas que realmente sostienen el sistema. Estoy cansada de que se nos invisibilice, de que se normalice el maltrato, de que la sociedad solo nos vea como “la enfermera que pone la inyección” y no como lo que somos: guardianas de la vida cotidiana.
Si tú que lees esto alguna vez has sido atendido por una auxiliar o una enfermera, detente un segundo a recordarlo. Piensa en ese momento de vulnerabilidad en que una mano cálida estuvo ahí para ti. Y ahora dime: ¿no merecen mucho más que olvido?
Para cerrar (aunque este tema nunca se cierra)
No voy a cerrar con un algo bonito, porque esto no tiene un final bonito todavía. Mientras no haya un cambio real, esta seguirá siendo una herida abierta. Pero quiero dejarte esta verdad grabada: el sistema de salud se sostiene gracias a las auxiliares y enfermeras. Nosotras somos el pilar, el corazón, la base. Y si no empezamos a reconocerlo y a actuar en consecuencia, seguiremos viviendo en un sistema injusto, precario y deshumanizado.
Yo no quiero más aplausos vacíos. Yo quiero justicia para nosotras. Y quiero que cada lector que llegue hasta aquí se una a este clamor: dignidad y respeto.